Parábola

El hombre rico y el pobre Lázaro Lc 16,19-31

Autor: Arquidiócesis de Madrid

Parábola evangélica traída al siglo XXI

  

Había un hombre rico en ciencia, influencia y dinero, que no creía más que en sí mismo, y alardeaba de ser y tener; que no se privaba de caprichos y erudiciones, y celebraba, siempre que podía, espléndidamente su suerte. Y había un pobre creyente católico, llamado Lázaro, tendido al capricho del rico, cubierto de bajezas y desprecios, que deseaba saciar su hambre de sosiego y dignidad con lo que desechaban de la abundancia del rico. Hasta seguidores de otras religiones venían a lamentarse y consolarle en su impotencia. Un día el pobre murió y fue llevado por los ángeles a la casa del Padre. También murió el rico y fue metido bajo tierra. En el infierno, cuando sufría lo indecible, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a la Virgen María y a Lázaro en el cielo. Y gritó: “Santa Madre María, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que me alivie aunque sea un instante, porque no soporto esta vaciedad que me devora.” La Virgen María respondió: “Recuerda hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás atormentado. Pero, además, entre vosotros y nosotros se abre un gran abismo, de suerte que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni tampoco puedan venir de ahí a nosotros.” Replicó el rico: “Entonces te ruego, Madre, que lo envíes a mi casa paterna, para que diga a mis cinco hermanos la verdad, y no vengan también ellos a este lugar de tormento.” Pero la Santísima Virgen le respondió: “Ya tienen a Jesucristo y a los santos ¡que los escuchen!” Él insistió: “No, Santa Madre María; si se les presenta un muerto, se convertirán.” Entonces Santa María le dijo: “Si no escuchan a Jesucristo y a los santos, tampoco harán caso aunque resucite un muerto, porque alegarán que son invenciones suyas para no admitirlo.”