¡Bendito seas!

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Luis IX, rey de Francia, siempre había encontrado en su madre a su más sabia y mejor consejera. Al 
enterarse de la muerte de su madre, el rey se arrodilló delante de sus soldados y, con lágrimas en 
los ojos, elevó al cielo esta plegaria:
“Gracias te doy, Señor, por la madre que me regalaste. Ella me formó y me educó. Págale según tu 
infinita misericordia cuanto por mí hizo, ahora que te la has llevado… ¡Gloria a tu nombre! ¡Bendito 
seas por los siglos!”.