Llamados a servir

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Cuando mi mujer murió, cuenta un misionero seglar, mi único estímulo era ocuparme en la educación de mis hijos y hacer el bien. Por mi imaginación desfilaron toda una serie de sacerdotes santos. Entonces pensé en ser sacerdote.
Una noche, como de costumbre, el mayor de mis hijos se acercó a pedirme la bendición antes de acostarse.
– ¿Qué te pasa? 
Se sentó junto a mí. Callaba.
– Quiero..., rompió al fin en voz baja, quiero ser sacerdote.
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.
– Hijo mío, le respondí abrazándole, lo seremos los dos.
Pocos años después, el día de Pascua, los dos elevábamos juntos la Hostia consagrada.